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martes, 22 de mayo de 2012

La Calle del Tesoro no Perdido



La Calle del Tesoro no Perdido



   Nicolái hacia el mismo camino todas las mañanas desde su casa, hacia el colegio. Veía los mismos rostros de jóvenes trabajadores, saludaba a los porteros que limpiaban la vereda y pasaba su mirada por las distintas vidrieras que se encontraban a lo largo de esa calle. Caminaba esas cinco cuadras disfrutando cada paso que daba y observando todo como si fuera nuevo, esperando llegar por fin a la última cuadra en donde la magia sucedía.
   La primera vez que Nicolái pisó la quinta cuadra, esa última cuadra que lo separaba de su colegio, se sintió maravillado por lo que sucedía allí. Se había mudado hace poco al barrio por lo que no conocía a nadie, y caminaba por esa calle como un verdadero intruso que no quería terminar su camino. Pasando entre vidrieras y libros, entre libreros que hablaban de una punta a la otra, Nicolái se asombrada cada día con la atracción de aquel lugar. Con paso lento para ver todo, con oídos agudos para escuchar anécdotas y los ojos abiertos sin desear perderse nada, el joven miraba los libros, se estancaba por minutos en las tapas, se sentaba y observaba,  y sonreía.
   A veces, sentado en una escalera, escondido como si fuera un detective, se reía a carcajadas de lo sucedido allí. Reconocía diariamente a los mismos personajes, como el español llamado Julián que con su camisa siempre abierta y el mismo habano apagado en la boca, iba y venía entre las librerías, se reía con los libreros y ordenaba su propia estantería mientras bailaba el tango que lo había enamorado en su juventud. También estaba Doña Lucia, que siempre tan elegante, recitaba poesía mientras barría la calle y un tal José, que con la guitarra, entonaba el bardo con letras que movían el corazón.
   Nicolái se sentía a gusto sentado allí observándolo todo, muchas veces llegaba tarde a clases, y más veces todavía se las perdía por no dejar de reírse con las situaciones que en esa cuadra abundaban abundaban.
   Un día, mientras disfrutaba de un libro encontrado en una vidriera y sin notar nada alrededor, alguien le da un suave golpe en espalda. Nicolái dándose vuelta y con los ojos abiertos de par en par, pudo ver a un viejo lleno de barba y con una pipa en la boca mirándolo, observándolo con ojos de un investigador –parecía Sherlock Holmes con bastante más panza-.
   -  ¿Cómo te llamas pilluelo? – preguntó el viejo sin sacarse la pipa de la boca.
   -  Nicolai.
   -  Nicolái –repitió pensativo aquel hombre – ¿Sos nuevo por acá? ¿No?
   -  Si –respondió de vuelta Nicolái sin mirarlo directamente.
   El viejo lo miró con desconfianza, le parecía extraño que un chico de su edad este leyendo algo de Stevenson.
   - ¿Sabes cómo se llamaba esta calle?
   - No lo sé, señor.
   - “La calle del tesoro no perdido” – dijo el viejo acercándose al rostro del joven- ¿Y sabes porque le dicen así a esta calle?
   - No, señor.
Nicolái estaba algo nervioso.
   - Porque somos dueños de un tesoro que la gente no aprecia, y que por ahora está a la vista de todos pero en un futuro, cuando tú y los demás chicos se olviden de él, va a pasar a ser perdido, y olvidado, y quién sabe si alguien en algún futuro lo querrá volver a encontrar.
   Nicolai quedó callado, no sabía que agregar, ni si era recomendable agregar algo a las palabras de aquel sabio hombre. Decidió permanecer callado y solo mirarlo.
   - ¿Estás yendo al colegio?
   - Así es –dudó en responder– justamente iba.
   - Lo veo. Bueno, te lo vas a perder –dijo sonriendo, y dándose vuelta agregó– Ven, te mostrare algo.
   Nicolái siguió los pasos del hombre que a largo del camino saludaba y hablaba con otros libreros. Al llegar, pudo ver una gran puerta de metal con un cartel de madera sobre ella que tenía escrito algo que Nicolái no entendía. Cuando entraron, Nicolai se sorprendió al ver que detrás de una puerta cualquiera había un tesoro realmente enorme, veía como libros llegaban hasta el techo y en ese mismo techo había frases pintadas de rojo embelleciendo el lugar. Nicolai quedó sumamente impresionado con ese nuevo mundo.
   - Bienvenido al “Dom v Stené” –dijo el viejo abriendo los brazos a su tesoro- lo que significaría “La casa en la pared” y yo soy Pablo Draunt.
   - Nicolái Cuerva –dijo el chico estrechándole el brazo.
   Su mirada viajo por todo el lugar, el viejo lo invitó a recorrer el paraíso mientras fue a preparar té a la cocina. Nicolai, lleno de asombro, caminó y caminó, y dio vueltas y tocó las tapas de aquellos grandes sabios que habían en aquel enorme lugar. A sus dieciséis años había leído bastantes libros, la mayoría eran de aventuras, piratas y héroes. Quedó perplejo cuando Pablo le hablo de los libros como verdaderos tesoros, se sintió entonces como en aquellas historias y por fin logro dar con el lugar de lo escondido.
   Mientras Pablo seguía en la cocina, Nicolai se paseó los laberintos, se leyó todas las frases escritas y escuchó las canciones francesas que sonaban a bajo volumen. Al llegar a la mesa en donde estaba el viejo, este le ofreció una taza de té con algunos sanguchitos y le propuso hacer alguna lectura.
   - ¿Pero no tendrá mucho trabajo? ¿No lo estarían interrumpiendo todo el tiempo?
   - Mirá, la gente ya no entra como entraba en las épocas en las que yo era un adolescente y le ayudaba a mi padre con este negocio, hoy en día cambió todo. La juventud no lee, los padres no ayudan, todos perdieron el interés y solo buscan las computadoras y los videojuegos, el televisor y sus programas.
   El viejo tomó un sorbo de té y su mirada pareció perderse en el techo
   - Mira esa frase –dijo y la señalo con el dedo- ¿Qué dice?
   - “La imaginación es el ojo del alma”, de Joseph Joubert.
   - La gente pierde lo esencial, la imaginación, el verdadero motor de la mente, lo que nos hace únicos.
   Nicolái quedó pensativo.
   - Vamos, tomate el té y elegimos algún libro para leer.
   Y eso mismo hizo aquel chico, terminó el té y junto a Pablo fueron caminado por el laberinto de la imaginación, esquivando pilas de libros y algún que otro librero que quedó allí para leer algo.     Pasearon y observaron las tapas de las profundas historias mientras el viejo le contaba las aventuras de cada escritor. Por fin, después de dar varias vueltas, se toparon con un libro el cual Pablo admiraba con mucha pasión “Los tres mosqueteros”.
   - Mira este librote – dijo el viejo – Dumas lo escribió, menudo loco.
   - Ya lo conozco, pero no lo leí.
   El viejo rio entre los dientes.
   - Bueno, esta es la verdadera historia, nada de eso que ves en las películas. Vamos, hoy leeremos algunas páginas.
    Y así empezó esta historia, con aquellas paginas, con aquellos libros. Y así conoció a aquel viejo y luego a todos los “locos” que trabajaban alrededor, y todos le contaron sus historias, y todos le mostraron sus propios tesoros, y cada persona que trabajaba ahí parecía estar llena de esa calle, llena de aquel lugar. Nicolái pudo ver en los ojos de cada librero, de cada persona que venia, esa llama de la imaginación, de la pasión, de la vida. Veía como nadie se arrepentía de cruzar aquella puerta para entrar a un nuevo mundo. Entendió entonces que ahora él era parte de ese mundo, era parte de aquella “Calle del Tesoro no Perdido”.

   Años después, cuando el chico se convirtió en hombre, cuando en vez el buzo llevaba sobretodo, y cambió los caramelos con jugo por el cigarrillo con café, Nicolái se acordó de esa misma calle que de chico lo llenó los sueños, esa calle que le enseñó a vivir y a conocer, y la cual dejó por tonto, de la cual se despidió por hechos, se acordó por primera vez en varios años del “Tesoro no Perdido”.
Decidió visitarla, quería volver al lugar de la maravilla y sentir de vuelta esa magia, ese toque de vida que dan los libros y las personas entorno a las historias. Quería volver a sonreír, pero al llegar, su corazón se estremeció, su piel se endureció y la cara pálida lo visito al ver que todo cambió.
   - Nada es igual, nada está bien –suspiró Nicolai.
   Mientras daba cada paso se sorprendía al no escuchar a sus amigos de la infancia gritar, al no ver los libros sobresalir de las paredes, al no sentir el olor a tapa nueva y a tesoro encontrado. Ese lugar perdió la euforia que lo hizo soñar.
   “¿Dónde están todos?” Pensó el hombre, pero no encontraba respuestas a su alrededor.
Sus pasos siguieron, ya estaba a punto de llegar al “Dom v Stené” y temía no poder entrar a aquel lugar, temía no poder leer esas frases en el techo que lo siguieron en la vida, pedía a la suerte que Pablo todavía este ahí tan viejo como siempre, con una pipa entre los dientes y con los dedos de nicotina abriendo páginas de los libros. Al llegar a la puerta todo ese miedo se volvió realidad, el palacio, “La Casa en la Pared” estaba cerrada, no había ningún cartel ni signos de vida. Nicolái no esperó, dio dos fuertes golpes a la persiana, pero nadie respondía. Volvió a golpear más fuerte esperando que alguien pudiese estar allí adentro, pero el silencio callaba.
   - ¡Hey, hombre! –se escuchó de pronto.
Era una persona en una ventana, detrás de Nicolái
   - Que no vas a encontrar a nadie allí –agregó el desconocido.
   Nicolái se dio vuelta para observar al hablante y al principio no lo pudo reconocer, el sol le bombardeaba los ojos como cañones a una isla.
   -  Busco a Pablo Draunt.
   - ¿Y tú quien eres? –gruñó el hombre.
   Rápidamente Nicolái divisó el acento español y se dio cuenta por fin que el que le hablaba era nada menos que Julián, el español de esa calle.
   - Julián, soy Nicolái –gritó cruzando la calle.
   - ¡Nicolái! – exclamó el español – Pues hombre porque tanto misterio, sube por esa puerta ¡María, que llegó Nicolai!
   Por primera vez en el día una sonrisa se pintó en el rostro de aquel hombre, estaba feliz de ver a alguien conocido en su calle natal, deseaba desesperadamente averiguar qué es lo que había pasado con todos sus amigos y con aquel tesoro.
   Al subir, grandes risas y fuertes abrazos se avecinaron y mientras María, la esposa de Julián, preparaba el té, los dos amigos hablaban sobre lo sucedido en todo este tiempo.
   - Ya nada es igual, tú mismo sabrás que la tecnología dominó todo. Que las computadoras esto, que las computadoras aquello. El papel ya se perdió, ya todo es digital, todo es copia y pega, lectores de libros y toda esa porquería. No entiendo como la gente prefiere esas minúsculas cajas para promover la imaginación. Además, la maldita cosa cansa y mucho. Que los viejos no podemos leer aquello sin después tragar un par de pastillas.
   Julián suspiró mirando la calle desde la ventana.
   - Sabes que esto de a poco se va convirtiendo en lo que siempre temíamos pero sabíamos que se acercaba, esta basura llamada “libros” ahora será un tesoro perdido, joder –agregó.
   El español se levantó de la mesa
   - ¡Que María, el té madre de Dios!
   Se volvió a sentar.
   - No imagino un mundo sin este papel – siguió Julián – este tesoro, esto que nos mantiene vivos por dentro, que hace que el alma ruga y los ojos se alarmen, y vivan. Y no te hablo de la estupidez humana sin lectura, hablo de la pasión, hablo de vida misma que no es igual sin los libros. Uno debe sentir la tapa y el olor a papel entre sus ojos.
   María llegó con el té y un mar de medialunas, los dos amigos se deleitaban mientras charlaban.
   - No puedo creer que me haya olvidado – dijo Nicolái – ¿Qué pasó con Pablo?
   Julián perdió la mirada, de vuelta observó la ventana pero esta vez al cielo, una lágrima pareció caer del ojo derecho.
   - Esta ahí con los grandes hijo, está aprendiendo a vivir con ellos –tomó un sorbo de té- Y no me queda mucho a mi tampoco, en cualquier momento palmo, joder –dijo el español riendo a carcajadas.
   A Nicolái le cambió la cara, no sabía cómo tomarse aquello, no sabía porque él se tuvo que ir para no volver en ningún momento. Sus escusas de corto de tiempo no eran validas cuando se hablaba de mejores amigos, ellos estuvieron con él cuando los necesitaba, él desapareció cuando ellos sufrían.
   - Chaval no te pongas mal –dijo Julián viendo la cara de Nicolái –que a todos nos pasa eso, es la vida. Te queríamos avisar pero no sabíamos cómo encontrarte, y ya sabes cómo somos nosotros los viejos con la internet – dijo riendo.
   Al terminar el té Nicolai decidió irse, se hacía tarde y ya no quería molestar al español. Le prometió volver un día y empezar a reconstruir esa calle de sueños.
   Cuando salió de la puerta, Julián agregó.
   - Nuestra mayor destrucción fue aquello –señaló con la mirada un enorme local.
   El español se metió para adentro y Nicolái decidió visitar aquel lugar. Al llegar a la puerta vio que todo estaba luminoso, todo era exageradamente blanco y vacío. Había aparatos de lectura como parte de una muestra y un mostrador en la mitad de la sala con un solo hombre detrás, vestido de traje y leyendo una revista electrónica. Nicolái miró para arriba y vio un letrero enorme “Librería Dook”. Su sentido común se perdió al no ver ningún libro dentro de aquel lugar. Decidió entonces entrar, miro para los costados y vio un par de personas sentadas en los grandes y “cómodos” sillones mirando las pequeñas pantallas. Llegó al mostrador y ahí lo esperaba el hombre.
   - Hola, quisiera comprar un libro, pero no veo ninguno por acá.
   - ¿Qué libro desea? ¿Trae con usted la DookCard?
   Nicolái rápidamente entendió que DookCard era el aparato para leer libros electrónicos. No llevaba ese aparato con él, es mas, nunca quiso adquirirlo, no cambiaría por nada el papel y su tacto.
   -  No, no la traigo – volvió a mirar todo el alrededor – ¿Esto es una librería? –preguntó entonces volviéndose al hombre.
   - Si.
   - Y, ¿Dónde están los libros?
   - Es todo digitalizado. Desde ahora todas las librerías serán digitalizadas.
   Nicolai pareció dudar de todo aquello que veía.
- Pero ¿Para qué abrir un local tan enorme para no vender nada en él? Si con estar en tu casa puedes adquirir esos mismos libros.
   - Señor, yo no me ocupo de aquello, aquí se venden libros digitales y punto. Ahora si no va a comprar nada le sugiero o que se siente allí al costado y pruebe una DookCard último modelo, o que se retire.
   Al terminar de hablar, el hombre automáticamente volvió la vista al pequeño aparato que tenía en sus manos. Sus ojos iban y venían a una gran velocidad. A Nicolai le pareció sorprendente como una persona podía llegar a leer algo en esa pantallita. Se dio cuenta de que debía hacer algo, abrió su mochila y sacó un libro de ella. Era “El principito”,  lo puso en el mostrador y miró al hombre que lo observaba.
   - Prueba con esto, abrirá tu mundo y es solo papel.

ANTÓN TURAVÍNIN


FIN

 

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