martes, 15 de mayo de 2012

Una voz





UNA VOZ


   Estoy viajando de noche en tren, mirando por la ventanilla como los arboles negros van pasando, la monotomía del paisaje me va arrullando y justo en el instante que cierro los ojos, algo me molesta y me obliga a abrirlos de nuevo...una melodía, la escucho, de fondo, lejos, muy lejos. Miro a mi alrededor, todo cambió: el tren no es el mismo, las personas desaparecieron y el sonido, ese sonido encantador me llama, se aleja y me llama. Los pies deciden por si solos, caminan hacia ella, hacia la mujer que empezó a cantar, se que está lejos, muy al fondo. Su espléndida voz hace latir mi corazón con tanta fuerza que mis pies corren, mis brazos abren puertas y paso de vagón en vagón. Y cada uno de ellos era diferente, y cada uno me llevaba mas cerca de que aquella mujer que seguía cantando una y otra vez la misma canción. Me enamoraba, realmente me enamoraba y sentía una gran locura por saber quien era, por saber donde estaba, rezaba a quien sea por llegar, por encontrarla frente a mi, cantándome, mirándome, y deseaba solo sentarme a sus pies y escucharla, tan solo escucharla. Pero por mas que corría mas rápido, por mas que pasaba de madera a oro, de hierro a cristal, a pesar de que le gritaba que me esperase, su voz seguía tan lejos como al principio, seguía siendo misteriosa y se repetía una y otra vez, y otra vez, y otra vez. 
   

   Me cansé, decidí abrir mi ultima puerta del interminable tren. Dentro de aquel vagón todo brillaba de manera exagerada, el oro estaba en todos lados, las servilletas brillaban de la misma manera que el tenedor. Habían estatuas -personas sentadas en sus lugares bañadas en oro. Y todas miraban hacia la otra puerta, miraban con tanto deseo como el mio, la observaban con amor, sonreían, parecían no querer escapar de su trampa, parecían no querer moverse nunca mas. Las estatuas estaban felices. Caminé lentamente mientras observaba todo, no sabía que hacer, no sabía como seguir hasta que vi un lugar vacío. Pero ese lugar no era como el de otros, no era de oro, no era brillante. Me senté y la canción parecía terminarse, observé de vuelta por la ventanilla los arboles negros, los ojos se cerraban y de pronto, escucho la puerta abrirse y miro, y sonrío, y era ella entrando mientras cantaba. El mundo cambió de pronto, las estatuas se volvieron personas, el oro se volvió madera y ella se volvió real. Su voz siguió siendo una maravilla y mi corazón siguió latiendo y mi sonrisa, como la de las otras estatuas, permanecía abierta. 



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