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martes, 22 de mayo de 2012

La Calle del Tesoro no Perdido



La Calle del Tesoro no Perdido



   Nicolái hacia el mismo camino todas las mañanas desde su casa, hacia el colegio. Veía los mismos rostros de jóvenes trabajadores, saludaba a los porteros que limpiaban la vereda y pasaba su mirada por las distintas vidrieras que se encontraban a lo largo de esa calle. Caminaba esas cinco cuadras disfrutando cada paso que daba y observando todo como si fuera nuevo, esperando llegar por fin a la última cuadra en donde la magia sucedía.
   La primera vez que Nicolái pisó la quinta cuadra, esa última cuadra que lo separaba de su colegio, se sintió maravillado por lo que sucedía allí. Se había mudado hace poco al barrio por lo que no conocía a nadie, y caminaba por esa calle como un verdadero intruso que no quería terminar su camino. Pasando entre vidrieras y libros, entre libreros que hablaban de una punta a la otra, Nicolái se asombrada cada día con la atracción de aquel lugar. Con paso lento para ver todo, con oídos agudos para escuchar anécdotas y los ojos abiertos sin desear perderse nada, el joven miraba los libros, se estancaba por minutos en las tapas, se sentaba y observaba,  y sonreía.
   A veces, sentado en una escalera, escondido como si fuera un detective, se reía a carcajadas de lo sucedido allí. Reconocía diariamente a los mismos personajes, como el español llamado Julián que con su camisa siempre abierta y el mismo habano apagado en la boca, iba y venía entre las librerías, se reía con los libreros y ordenaba su propia estantería mientras bailaba el tango que lo había enamorado en su juventud. También estaba Doña Lucia, que siempre tan elegante, recitaba poesía mientras barría la calle y un tal José, que con la guitarra, entonaba el bardo con letras que movían el corazón.
   Nicolái se sentía a gusto sentado allí observándolo todo, muchas veces llegaba tarde a clases, y más veces todavía se las perdía por no dejar de reírse con las situaciones que en esa cuadra abundaban abundaban.
   Un día, mientras disfrutaba de un libro encontrado en una vidriera y sin notar nada alrededor, alguien le da un suave golpe en espalda. Nicolái dándose vuelta y con los ojos abiertos de par en par, pudo ver a un viejo lleno de barba y con una pipa en la boca mirándolo, observándolo con ojos de un investigador –parecía Sherlock Holmes con bastante más panza-.
   -  ¿Cómo te llamas pilluelo? – preguntó el viejo sin sacarse la pipa de la boca.
   -  Nicolai.
   -  Nicolái –repitió pensativo aquel hombre – ¿Sos nuevo por acá? ¿No?
   -  Si –respondió de vuelta Nicolái sin mirarlo directamente.
   El viejo lo miró con desconfianza, le parecía extraño que un chico de su edad este leyendo algo de Stevenson.
   - ¿Sabes cómo se llamaba esta calle?
   - No lo sé, señor.
   - “La calle del tesoro no perdido” – dijo el viejo acercándose al rostro del joven- ¿Y sabes porque le dicen así a esta calle?
   - No, señor.
Nicolái estaba algo nervioso.
   - Porque somos dueños de un tesoro que la gente no aprecia, y que por ahora está a la vista de todos pero en un futuro, cuando tú y los demás chicos se olviden de él, va a pasar a ser perdido, y olvidado, y quién sabe si alguien en algún futuro lo querrá volver a encontrar.
   Nicolai quedó callado, no sabía que agregar, ni si era recomendable agregar algo a las palabras de aquel sabio hombre. Decidió permanecer callado y solo mirarlo.
   - ¿Estás yendo al colegio?
   - Así es –dudó en responder– justamente iba.
   - Lo veo. Bueno, te lo vas a perder –dijo sonriendo, y dándose vuelta agregó– Ven, te mostrare algo.
   Nicolái siguió los pasos del hombre que a largo del camino saludaba y hablaba con otros libreros. Al llegar, pudo ver una gran puerta de metal con un cartel de madera sobre ella que tenía escrito algo que Nicolái no entendía. Cuando entraron, Nicolai se sorprendió al ver que detrás de una puerta cualquiera había un tesoro realmente enorme, veía como libros llegaban hasta el techo y en ese mismo techo había frases pintadas de rojo embelleciendo el lugar. Nicolai quedó sumamente impresionado con ese nuevo mundo.
   - Bienvenido al “Dom v Stené” –dijo el viejo abriendo los brazos a su tesoro- lo que significaría “La casa en la pared” y yo soy Pablo Draunt.
   - Nicolái Cuerva –dijo el chico estrechándole el brazo.
   Su mirada viajo por todo el lugar, el viejo lo invitó a recorrer el paraíso mientras fue a preparar té a la cocina. Nicolai, lleno de asombro, caminó y caminó, y dio vueltas y tocó las tapas de aquellos grandes sabios que habían en aquel enorme lugar. A sus dieciséis años había leído bastantes libros, la mayoría eran de aventuras, piratas y héroes. Quedó perplejo cuando Pablo le hablo de los libros como verdaderos tesoros, se sintió entonces como en aquellas historias y por fin logro dar con el lugar de lo escondido.
   Mientras Pablo seguía en la cocina, Nicolai se paseó los laberintos, se leyó todas las frases escritas y escuchó las canciones francesas que sonaban a bajo volumen. Al llegar a la mesa en donde estaba el viejo, este le ofreció una taza de té con algunos sanguchitos y le propuso hacer alguna lectura.
   - ¿Pero no tendrá mucho trabajo? ¿No lo estarían interrumpiendo todo el tiempo?
   - Mirá, la gente ya no entra como entraba en las épocas en las que yo era un adolescente y le ayudaba a mi padre con este negocio, hoy en día cambió todo. La juventud no lee, los padres no ayudan, todos perdieron el interés y solo buscan las computadoras y los videojuegos, el televisor y sus programas.
   El viejo tomó un sorbo de té y su mirada pareció perderse en el techo
   - Mira esa frase –dijo y la señalo con el dedo- ¿Qué dice?
   - “La imaginación es el ojo del alma”, de Joseph Joubert.
   - La gente pierde lo esencial, la imaginación, el verdadero motor de la mente, lo que nos hace únicos.
   Nicolái quedó pensativo.
   - Vamos, tomate el té y elegimos algún libro para leer.
   Y eso mismo hizo aquel chico, terminó el té y junto a Pablo fueron caminado por el laberinto de la imaginación, esquivando pilas de libros y algún que otro librero que quedó allí para leer algo.     Pasearon y observaron las tapas de las profundas historias mientras el viejo le contaba las aventuras de cada escritor. Por fin, después de dar varias vueltas, se toparon con un libro el cual Pablo admiraba con mucha pasión “Los tres mosqueteros”.
   - Mira este librote – dijo el viejo – Dumas lo escribió, menudo loco.
   - Ya lo conozco, pero no lo leí.
   El viejo rio entre los dientes.
   - Bueno, esta es la verdadera historia, nada de eso que ves en las películas. Vamos, hoy leeremos algunas páginas.
    Y así empezó esta historia, con aquellas paginas, con aquellos libros. Y así conoció a aquel viejo y luego a todos los “locos” que trabajaban alrededor, y todos le contaron sus historias, y todos le mostraron sus propios tesoros, y cada persona que trabajaba ahí parecía estar llena de esa calle, llena de aquel lugar. Nicolái pudo ver en los ojos de cada librero, de cada persona que venia, esa llama de la imaginación, de la pasión, de la vida. Veía como nadie se arrepentía de cruzar aquella puerta para entrar a un nuevo mundo. Entendió entonces que ahora él era parte de ese mundo, era parte de aquella “Calle del Tesoro no Perdido”.

   Años después, cuando el chico se convirtió en hombre, cuando en vez el buzo llevaba sobretodo, y cambió los caramelos con jugo por el cigarrillo con café, Nicolái se acordó de esa misma calle que de chico lo llenó los sueños, esa calle que le enseñó a vivir y a conocer, y la cual dejó por tonto, de la cual se despidió por hechos, se acordó por primera vez en varios años del “Tesoro no Perdido”.
Decidió visitarla, quería volver al lugar de la maravilla y sentir de vuelta esa magia, ese toque de vida que dan los libros y las personas entorno a las historias. Quería volver a sonreír, pero al llegar, su corazón se estremeció, su piel se endureció y la cara pálida lo visito al ver que todo cambió.
   - Nada es igual, nada está bien –suspiró Nicolai.
   Mientras daba cada paso se sorprendía al no escuchar a sus amigos de la infancia gritar, al no ver los libros sobresalir de las paredes, al no sentir el olor a tapa nueva y a tesoro encontrado. Ese lugar perdió la euforia que lo hizo soñar.
   “¿Dónde están todos?” Pensó el hombre, pero no encontraba respuestas a su alrededor.
Sus pasos siguieron, ya estaba a punto de llegar al “Dom v Stené” y temía no poder entrar a aquel lugar, temía no poder leer esas frases en el techo que lo siguieron en la vida, pedía a la suerte que Pablo todavía este ahí tan viejo como siempre, con una pipa entre los dientes y con los dedos de nicotina abriendo páginas de los libros. Al llegar a la puerta todo ese miedo se volvió realidad, el palacio, “La Casa en la Pared” estaba cerrada, no había ningún cartel ni signos de vida. Nicolái no esperó, dio dos fuertes golpes a la persiana, pero nadie respondía. Volvió a golpear más fuerte esperando que alguien pudiese estar allí adentro, pero el silencio callaba.
   - ¡Hey, hombre! –se escuchó de pronto.
Era una persona en una ventana, detrás de Nicolái
   - Que no vas a encontrar a nadie allí –agregó el desconocido.
   Nicolái se dio vuelta para observar al hablante y al principio no lo pudo reconocer, el sol le bombardeaba los ojos como cañones a una isla.
   -  Busco a Pablo Draunt.
   - ¿Y tú quien eres? –gruñó el hombre.
   Rápidamente Nicolái divisó el acento español y se dio cuenta por fin que el que le hablaba era nada menos que Julián, el español de esa calle.
   - Julián, soy Nicolái –gritó cruzando la calle.
   - ¡Nicolái! – exclamó el español – Pues hombre porque tanto misterio, sube por esa puerta ¡María, que llegó Nicolai!
   Por primera vez en el día una sonrisa se pintó en el rostro de aquel hombre, estaba feliz de ver a alguien conocido en su calle natal, deseaba desesperadamente averiguar qué es lo que había pasado con todos sus amigos y con aquel tesoro.
   Al subir, grandes risas y fuertes abrazos se avecinaron y mientras María, la esposa de Julián, preparaba el té, los dos amigos hablaban sobre lo sucedido en todo este tiempo.
   - Ya nada es igual, tú mismo sabrás que la tecnología dominó todo. Que las computadoras esto, que las computadoras aquello. El papel ya se perdió, ya todo es digital, todo es copia y pega, lectores de libros y toda esa porquería. No entiendo como la gente prefiere esas minúsculas cajas para promover la imaginación. Además, la maldita cosa cansa y mucho. Que los viejos no podemos leer aquello sin después tragar un par de pastillas.
   Julián suspiró mirando la calle desde la ventana.
   - Sabes que esto de a poco se va convirtiendo en lo que siempre temíamos pero sabíamos que se acercaba, esta basura llamada “libros” ahora será un tesoro perdido, joder –agregó.
   El español se levantó de la mesa
   - ¡Que María, el té madre de Dios!
   Se volvió a sentar.
   - No imagino un mundo sin este papel – siguió Julián – este tesoro, esto que nos mantiene vivos por dentro, que hace que el alma ruga y los ojos se alarmen, y vivan. Y no te hablo de la estupidez humana sin lectura, hablo de la pasión, hablo de vida misma que no es igual sin los libros. Uno debe sentir la tapa y el olor a papel entre sus ojos.
   María llegó con el té y un mar de medialunas, los dos amigos se deleitaban mientras charlaban.
   - No puedo creer que me haya olvidado – dijo Nicolái – ¿Qué pasó con Pablo?
   Julián perdió la mirada, de vuelta observó la ventana pero esta vez al cielo, una lágrima pareció caer del ojo derecho.
   - Esta ahí con los grandes hijo, está aprendiendo a vivir con ellos –tomó un sorbo de té- Y no me queda mucho a mi tampoco, en cualquier momento palmo, joder –dijo el español riendo a carcajadas.
   A Nicolái le cambió la cara, no sabía cómo tomarse aquello, no sabía porque él se tuvo que ir para no volver en ningún momento. Sus escusas de corto de tiempo no eran validas cuando se hablaba de mejores amigos, ellos estuvieron con él cuando los necesitaba, él desapareció cuando ellos sufrían.
   - Chaval no te pongas mal –dijo Julián viendo la cara de Nicolái –que a todos nos pasa eso, es la vida. Te queríamos avisar pero no sabíamos cómo encontrarte, y ya sabes cómo somos nosotros los viejos con la internet – dijo riendo.
   Al terminar el té Nicolai decidió irse, se hacía tarde y ya no quería molestar al español. Le prometió volver un día y empezar a reconstruir esa calle de sueños.
   Cuando salió de la puerta, Julián agregó.
   - Nuestra mayor destrucción fue aquello –señaló con la mirada un enorme local.
   El español se metió para adentro y Nicolái decidió visitar aquel lugar. Al llegar a la puerta vio que todo estaba luminoso, todo era exageradamente blanco y vacío. Había aparatos de lectura como parte de una muestra y un mostrador en la mitad de la sala con un solo hombre detrás, vestido de traje y leyendo una revista electrónica. Nicolái miró para arriba y vio un letrero enorme “Librería Dook”. Su sentido común se perdió al no ver ningún libro dentro de aquel lugar. Decidió entonces entrar, miro para los costados y vio un par de personas sentadas en los grandes y “cómodos” sillones mirando las pequeñas pantallas. Llegó al mostrador y ahí lo esperaba el hombre.
   - Hola, quisiera comprar un libro, pero no veo ninguno por acá.
   - ¿Qué libro desea? ¿Trae con usted la DookCard?
   Nicolái rápidamente entendió que DookCard era el aparato para leer libros electrónicos. No llevaba ese aparato con él, es mas, nunca quiso adquirirlo, no cambiaría por nada el papel y su tacto.
   -  No, no la traigo – volvió a mirar todo el alrededor – ¿Esto es una librería? –preguntó entonces volviéndose al hombre.
   - Si.
   - Y, ¿Dónde están los libros?
   - Es todo digitalizado. Desde ahora todas las librerías serán digitalizadas.
   Nicolai pareció dudar de todo aquello que veía.
- Pero ¿Para qué abrir un local tan enorme para no vender nada en él? Si con estar en tu casa puedes adquirir esos mismos libros.
   - Señor, yo no me ocupo de aquello, aquí se venden libros digitales y punto. Ahora si no va a comprar nada le sugiero o que se siente allí al costado y pruebe una DookCard último modelo, o que se retire.
   Al terminar de hablar, el hombre automáticamente volvió la vista al pequeño aparato que tenía en sus manos. Sus ojos iban y venían a una gran velocidad. A Nicolai le pareció sorprendente como una persona podía llegar a leer algo en esa pantallita. Se dio cuenta de que debía hacer algo, abrió su mochila y sacó un libro de ella. Era “El principito”,  lo puso en el mostrador y miró al hombre que lo observaba.
   - Prueba con esto, abrirá tu mundo y es solo papel.

ANTÓN TURAVÍNIN


FIN

martes, 15 de mayo de 2012

Una voz





UNA VOZ


   Estoy viajando de noche en tren, mirando por la ventanilla como los arboles negros van pasando, la monotomía del paisaje me va arrullando y justo en el instante que cierro los ojos, algo me molesta y me obliga a abrirlos de nuevo...una melodía, la escucho, de fondo, lejos, muy lejos. Miro a mi alrededor, todo cambió: el tren no es el mismo, las personas desaparecieron y el sonido, ese sonido encantador me llama, se aleja y me llama. Los pies deciden por si solos, caminan hacia ella, hacia la mujer que empezó a cantar, se que está lejos, muy al fondo. Su espléndida voz hace latir mi corazón con tanta fuerza que mis pies corren, mis brazos abren puertas y paso de vagón en vagón. Y cada uno de ellos era diferente, y cada uno me llevaba mas cerca de que aquella mujer que seguía cantando una y otra vez la misma canción. Me enamoraba, realmente me enamoraba y sentía una gran locura por saber quien era, por saber donde estaba, rezaba a quien sea por llegar, por encontrarla frente a mi, cantándome, mirándome, y deseaba solo sentarme a sus pies y escucharla, tan solo escucharla. Pero por mas que corría mas rápido, por mas que pasaba de madera a oro, de hierro a cristal, a pesar de que le gritaba que me esperase, su voz seguía tan lejos como al principio, seguía siendo misteriosa y se repetía una y otra vez, y otra vez, y otra vez. 
   

   Me cansé, decidí abrir mi ultima puerta del interminable tren. Dentro de aquel vagón todo brillaba de manera exagerada, el oro estaba en todos lados, las servilletas brillaban de la misma manera que el tenedor. Habían estatuas -personas sentadas en sus lugares bañadas en oro. Y todas miraban hacia la otra puerta, miraban con tanto deseo como el mio, la observaban con amor, sonreían, parecían no querer escapar de su trampa, parecían no querer moverse nunca mas. Las estatuas estaban felices. Caminé lentamente mientras observaba todo, no sabía que hacer, no sabía como seguir hasta que vi un lugar vacío. Pero ese lugar no era como el de otros, no era de oro, no era brillante. Me senté y la canción parecía terminarse, observé de vuelta por la ventanilla los arboles negros, los ojos se cerraban y de pronto, escucho la puerta abrirse y miro, y sonrío, y era ella entrando mientras cantaba. El mundo cambió de pronto, las estatuas se volvieron personas, el oro se volvió madera y ella se volvió real. Su voz siguió siendo una maravilla y mi corazón siguió latiendo y mi sonrisa, como la de las otras estatuas, permanecía abierta. 



viernes, 20 de abril de 2012

Carta




   Nos hicieron sentar en la trinchera y repartieron un pequeño pedazo de pan para cada uno. Los ojos tenían hambre, la piel se ponía dura y el estomago dolía, dolía como nunca antes lo había echo. Estaba nublado, temíamos que lloviera en cualquier momento. Mis pantalones todavía no se habían secado del diluvio anterior.
La primera mordida fue pequeña, no quería que acabase mi único alimento en las próximas seis horas.
-          ¡En quince minutos atacamos! – gritó de pronto el capitán.
Nos observamos con Pablo con miedo, temíamos no vernos nunca más. Mis dedos daban vuelta el pan y mis labios lo comían sin tocarlo. Decidí darle otro mordisco, cerré los ojos y disfrute su dureza. Trague la poca saliva que me quedaba y otra vez mire al cielo preocupado por no morir, ahora deseaba que lloviera para sentirla por ultima vez.
-          Va a estar todo bien –me dijo Pablo dándome una palmada –Vas a ver que volveremos y de vuelta probaremos este pan duro.
Le sonreí aceptando lo dicho, pero en verdad me angustiaba aun mas saber que siempre te dicen que todo va a estar, pero llega el momento, y nada lo esta.
-          ¡Hay una carta!, ¡Una carta! – se escuchaba gritar de fondo.
Miramos para el costado y los brazos iban pasando un sobre celeste triangulado. La carta llego a mí y observe para quien era: Pablo Sinorazzi.
-          Pablo, para vos –le dije y se la pase.
Sus ojos se abrieron de par en par, y parecía no estar ahí cuando leyó de quien venia, parecía desaparecer del panorama y por primera vez en varias semanas su estomago estaba lleno. Lo abrió rápidamente con el grito de “¡Cinco minutos para el ataque!” del capitán.
La carta era de su casa, de su ciudad, era de Rosario y venia de su novia. Pablo sacó la hoja y la miró sin escuchar nada de fondo, sin siquiera preocuparse por morir, él estaba viviendo, él estaba deseando sentir esa voz que tanto extrañaba, de la cual me hablaba, de la cual se enamoraba día a día. Pero sucedió algo diferente. Al parecer, antes de la batalla, se apuraron por llevarle la carta al soldado.
Pablo empezó a leer y al principio se podía ver “Disculpame que callé todo este tiempo. No te voy a esperar” y luego, nada mas; eso era toda la hoja. Solamente al final de posdata decía: “Me voy nada cerca, lucha tranquilo y perdóname si te hice mal”.
Y los estallidos comenzaron, y los solados empezaron a correr y el suelo, mojado aun, vibraba por los tanques. Y el pan cayó de sus manos y la carta siguió pegada a él. Y junto con la primera explosión, Pablo gritó con furia “¡¿Cartero que me trajiste?! ¡A un minuto de mi muerte, en el sobre triangular una bala al corazón recibí!”.
Y como si hubiera un animal dentro de él, salió de la trinchera y empezó a correr, las explosiones no le importaban, los estallidos no lo molestaban y los tanques no le parecían una obstrucción. Con una rifle en sus brazos y la lengua dentro de la boca, corría y lloraba, y para él, ese “todo estará bien” desapareció, y cualquier palabra que yo le podía gritar de lejos no alcanzaba sus oídos, no alcanzaba su razón.
Disparando corría hasta que cayó al lodo y se dio vuelta mirando al cielo. Y su cuerpo era rojo y se abrazó con la tierra, y el viento esparció los pedazos de papel por el lugar. Corrí a él, lo miré a los ojos pero él no me miraba, aunque estaba enfrente, su vista me traspasaba al cielo, y las nubes se abrieron y la lluvia cayó bajo el sol. Pero sus ojos no se cerraron, me agarró de la mano y en el lodo, por fin descansó.

Por motivos de Vladimir Visotsky "Pismo". 

miércoles, 29 de febrero de 2012

CORAZONES JÓVENES






CORAZONES JÓVENES










   Con un cigarrillo entre sus dedos y sus ojos puestos en el negro cielo, inhalaba el fugaz humo que entraba por su boca y pasando por la garganta llegaba como invitado esperado a los pulmones; mierda, ustedes ya saben eso ¿Para qué entonces se lo cuento? En fin, ella mira al cielo y luego a su amiga que no paraba de hablar de algo confuso, desde hace minutos dejo de escucharla y perdió el camino de la conversación. El tonto procedimiento que les describí anteriormente se repite una y otra vez hasta que nada queda de aquel cigarrillo y llega entonces el gran momento de prenderse otro, pero no hay encendedor, ella no lo prendió, sino que fue aquel chico que pasó hablando con su amigo, aquel chico con esos jeans ajustados llamados “chupines” y un tatuaje en el brazo. De esos que caminan con musculosa rosada a cualquier hora del día y se ponen las gafas tan raras que se ven solo en la Creamfield o en algún lugar como ese. De pronto, entre el pensamiento y las  palabras de la amiga que todavía no terminó de hablar, vio a otro chico caminando hacia ella, estaba solo y no tenía esos estúpidos anteojos. 
   “Desearía algo más que fuego o fuego es lo que realmente quiero con él.” pensó ella.
-          Camisa ¿Tenés fuego?
-          ¿Camisa?, ¿En serio? – preguntó él sacando el encendedor.
-          Por cierto te queda bien – aclaró ella prendiéndose el cigarrillo - ¿A dónde vas?
-          ¿Ves aquel bar? – indicó con la mirada – ahí me dirijo.
-          ¿En serio? – preguntó con cara de desagrado –te recomiendo no pisar ese lugar, está muerto.
   Que sabía el hombre, o el chico, que ella estaba a punto de cerrar la idea de ir a la cama con él esa noche. Las mujeres saben al minuto que va a pasar con el hombre que tienen enfrente. Del morocho con musculosa solo quería fuego, de este quería fuego también, pero pasional, no sé si me entienden, claro que sí, claro que si mis queridos lectores.
-          Te propongo irte con nosotras, no creas que vas a tener una aventura sexual, no, ni en pedo, pero mierda, nosotras dos solas esta noche, no da ¿O sí?
-          Y no.
-          Tenemos un tequila entero en la casa de esta – señaló a la amiga que de algún modo se había callado - Vamos, lo bajamos todo y capas venimos mas tarde a putear a estos fracasados.
¿Cómo iba a decir que no aquel chico? Si lo primero que pensó fue: “Este es mi sueño”.


   No solo tequila hubo esa noche, whisky y paquetes de cigarrillos sin fin también acompañaron la luna de aquellos jóvenes. Al principio no había “química”, es más, el ambiente era raro, confuso, pero cuando el tequila surgió efecto todo el filtro se rompió y decían e hacían cosas sin pensar, hablando de relaciones y parejas como si se conocieran toda la vida. No fueron de vuelta al bar, no, ni se levantaron para ir a comprar más tequila porque simplemente no podían levantarse. El único esfuerzo que hacían era para ir al baño o alcanzar el encendedor que estaba en cualquier lado del cuarto tirado por la amiga que realmente, como una aburrida, no fuma. No digo que no fumar es de aburridos, no crean eso, por favor, cada uno sabe que es lo que quiere hacer con sus pulmones pero, si no fuera por el cigarrillo, Pappo no hubiera tenido esa voz que acompaño la noche de aquellos pequeños rockeros.
   En medio de esa luna, en medio de shots, tragos, cigarrillos, música, cante, baile y risas, también hubo besos. Sí, claro que hubo besos, entre nuestra fumadora y el chico rubio.
-          Vos sí que lo querías.
-          Sí que lo quería – contestó ella besándolo de vuelta.
-          Sí que lo querían – agregó la que no fumaba con algo de desprecio.
    Eran las cuatro de la mañana y todavía quedaba algo de whisky del padre de la no fumadora, para no causar más problemas pongámosle un nombre, uno que inventemos nosotros, juntos. Relacionen, ¿Listo, pensaron? Bueno, ahora sáquenlo de sus mentes porque que va a ser el que yo quiera. ¿Qué? ¿Pensaron que les iba a dejar tal regalo de ponerle un nombre al personaje? Se equivocan, pónganse en una máquina de escribir como yo (aunque realmente escribo en una netbook, pero déjenme imaginar) y hagan sus personajes. Esta chica que no fuma, que llevaba una pollera corta y que era hermosa, realmente hermosa y tenía todo lo que una verdadera mujer podía tener, ¡Mierda! ¡No fumaba! Era claramente la mujer perfecta: Rubia, ojos verdes, flaquita pero no tanto como para asustar. No tenía grandes pechos pero sutrasero era la pasión misma, redondo y repartidor, imagínenselo, tendrán seguramente a alguna mujer que poner en el lugar, claro que si, igual que yo que veo a esa mujer que en realidad existe.
     Ésta hermosa mujer no se va a llamar Victoria, no, se va a llamar Camel como los cigarrillos, y además porque me gusta.
    Bueno, la hermosa Camel estaba sentada entre los dos jóvenes apasionados mientras su techo daba vueltas y su piso se la tragaba con desesperación. Estaba sentada tomando sola sin un hombre que la acompañase, no podía hablar con nadie como tanto le gustaba y no podía reírse como tanto la avergonzaba. Maldecía ahora las veces que dijo en un boliche “tengo novio”. Ahora no lo tenía, ahora quería uno pero no había nadie. “¿Llamar a alguien?” pensó, pero rápidamente esa idea desaparecía de su cabecita y seguía tomando sola viendo como los otros dos la pasaban genial y ni la miraban.
   Tras no aguantar más ese panorama Camel fue al balcón para tomar aire fresco. Vivía en ese departamento desde chica y estaba cansada de la misma vista de siempre. La pobre Camel, llena de sueños deseaba algo más que esa Buenos Aires oscura y sin estrellas. Quería un Paris, una Roma donde poder conocer a su chico y estar con él sol y luna, frio y calor. Tenía la desesperada gana de tenerlo en la cama y hacerle el maldito amor que siempre le contaron que era como viajar por el espacio o tirar cohetes, o tener todas las Barbies cuando tenías seis años o siete, o nueve. Veía como gente pasaba en sus autos debajo y como se reían; a ella no le daba gracia la ciudad, sus aventuras en los sueños eran sus verdaderos anhelos, esos que aparecen cuando nadie nos mira, cuando nadie nos escucha.
-          Camel ¿Vas a comprar un Malboro? – gritó la otra chica que pronto tendrá su nombre.
-          Claro  - dijo Camel sin darse vuelta.
   Tratar de caminar en ese estado era imposible y Camel se dio cuenta rápido de eso cuando las paredes se pegaban a ella. No era la primera vez que tomaba, su amiga la hacía salir todos los fines de semana y las dos se emborrachaban y buscaban hombres para pasar el rato, aunque claro, eso ultimo solo lo hacia nuestra fumadora y no la tímida Camel que se contenía a cualquier chico. Era de aquellas muchachas de las que pocas quedan, de las que buscan ese primer amor, ese beso que la haría imaginar historias en las noches. Nuestra Camel no era partidaria de besos sin sentido en los boliches, de sexo rutinario con cualquiera, nuestra Camel era única – mujeres ustedes son impresionantes-.
   Bajó Camel entonces y compró un Malboro al kiosquero que la conocía.
-          Fumar es malo Camel, no deberías hacerlo.
-          Yo no fumo –contestó ella fríamente.
-          Dale Camel, yo también decía lo mismo a tu edad, y mírame ahora: entre paquete y paquete no pasan dos minutos.
    Subió de vuelta al departamento y vio que ahora los dos locos estaban con el torso desnudo besándose desesperadamente.
-          Tus cigarrillos “sin nombre”- dijo, los miró raramente, y agregó –Ey tienen la habitación para eso.
-          Claro Camel, ahora vamos –contestó la amiga.
-          Camel, muchas gracias – dijo el chico.
   Los dos apasionados se levantaron y con besos y bailes se fueron a la habitación; Camel se quedo sola. Agarró el celular y decidió a llamar a alguien, pero entre hombres y nombres no pudo encontrar a nadie interesante. “¿Dónde está ese chico que me va a alegrar el corazón?” pensaba mientras su rostro con tristeza veía como la tele se prendía gracias a los dedos que automáticamente apretaban el botón “Power”. Pero la tele no le llamaba la atención, Camel agarró su cuaderno y  empezó a escribir y dibujar. Su muñeca danzaba  mientras sus ojos, brillantes ojos, empezaban a tomar forma de una mujer enamorada; escribía un poema:

“El corre por los vientos sin encontrar a su mujer,
El la desea más que a nadie.
Pero el no la encuentra en su ser,
El solo encuentra a las nadie.
Esta con todas las que no quiere,
Besa a todas las que puede,
Esta sin mí, esta sin él,
Esta solo, con otra mujer.

Y yo tan sola estoy pensando,
De él como loca me estoy enamorando,
¿Dónde estará su corazón, donde está él?
¿Dónde puedo encontrar su suave piel?
Seguramente entre almas pobres de mujeres falsas,
De mujeres toscas con apretadas calzas,
Que corren solas buscándolo a él,
Solo para divertirse, y dejarlo caer.
Pero yo LO BUSCO,
PERO NO LO ENCUENTRO,
-¿DONDE ESTAS MI AMOR?
YA LO SE, ESTAS LEJOS,
ESTAS TAN LEJOS EN OTRA CAMA
EN OTRO SUELO, CON OTROS PECHOS, TU AMOR,
ESTAS.-”


   Su cara tomo rápidamente una forma tranquila y aliviada, pareció descargarse, pareció sentir que se saco el peso de encima que toda la noche la dominó. Nuestra Camel, tan débil y triste apagó la tele, cerró el cuaderno y se fue al balcón a soñar con su Paris, y con su Roma, con su hombre del sol y luna, con sus cantos de piel nocturna.



  Mientras tanto en la otra habitación nacía el fuego, nacían las llamas. Ropa tirada por todos lados, luces prendidas y besos en las partes prohibidas. Los dos se revolcaban, los dos, claro, pero primero hablemos –porque lo quiero así- de ella, de la mujer, de la rockera, de la que toma y fuma, de la que coje y se coje, de la que baila y no llora, de la que solo te enamora. Hablemos de esa mujer que de nombre Castaña –y otra vez porque es mi escrito y le pongo el nombre que quiero- impresionaría a cualquier artista, a cualquier pintor, mierda hablemos de ella que tanto la adoro en mi imaginación.
   Que mujer Castaña, que mujer, una de las que soñé yo toda mi vida. independiente y liberal, una mujer hecha y derecha, que sabe lo que quiere y obtiene lo que quiere. Lee mucho, fuma mucho, habla poco y lo que habla es fino y corto, punzante y doloroso. Escucha rock y le gusta darles patadas en las bolas a hombres que se pasan de “penes”. Claro, ella puede hacerlo, claro, ella sabe cómo hacerlo. Castaña vive así, vive la vida. Ella no sueña con Paris, ella es Paris. O mejor aún, Roma sueña con ella.
   Entre vueltas y vueltas, besos en el cuello y manualidades, los dos se pasan la saliva de boca a boca, se miran y no se miran, ya que como dijo un poeta: Cara a Cara, el rostro no se ve. Y no se veían y no querían verse, al menos no ella ya que el hombre –que todavía no tiene nombre – aun no tiene historia para saber si quería o no. Ella deseaba el momento, deseaba estar ahí y ser penetrada por aquel muchacho que le dio fuego, que tenía camisa y caminaba de la forma que más le gustaba: sin presiones y sin importar nada. Puede que solo por ese tonto detalle ella estaba ahí con él, revolcándose en las húmedas sabanas de Camel. No quería saber su historia, ni de donde venia, ni donde iba, ni si fumaba Camel o Malboro, o si estudiaba Arquitectura o Informática, ella quería al hombre, pero lo quería solo esa noche, caliente, como la hamburguesa de Burger King, sediento de mujer, de hechos y piel. Ella solo lo quería para saciar lo suyo, tenerlo como juguete y dejarlo, no le interesaba el rubio, le interesaban sus partes y nada más. Y ahora estaban en el lecho haciendo todo menos amor, podemos llamarlo de distintas formas pero mierda, aquello no tenia nombre y solo era opera en la cama, poesía de revolcada y cuentos desnudos. Se revolcaban con pasión, la cual seguía su camino, la cual prendía las luces de sus corazones y calvaba placeres en sus alamas y pechos, pezones y bolas. Sus cabezas se juntaban, sus lenguas bailaban y su vida disfrutaba; hasta que terminó.
   Los dos respiraron, se pusieron cada uno en su lado mirando al techo en la situación más incomoda que se pudiera crear, prendieron un cigarrillo y sin palabras largaron humo hacia aquel techo sucio y lleno de humedad.
-          Mierda, parece que se va a caer encima –dijo ella.
   El quedó callado. Los humos seguís saliendo de sus bocas y desaparecían en el aire. Sus cuerpos no se tocaban, estaban desnudos en el cuarto de Camel.
-          ¿Quedó algo de tequila? – preguntó Castaña.
-          Creo que le quedaba el culo.
-          Anda a buscar whisky, el viejo de Camel tiene demasiados.
-          Bueno – dijo él levantándose de la cama.
Poniéndose una manta alrededor de la cintura se dirigió a la puerta y cuando estaba a punto de salir Castaña lo interrumpió.
-          Y Louis -  le dijo sonriendo – espero que vuelvas – le guiño el ojo y escapo en las sabanas.
   Si, lo captaron, nuestro hombre, el suertudo de la historia se llama Louis, y no es porque estoy a escuchando a Armstrong mientras escribo esto, no claro que no –en realidad si- pero ese nombre tiene algo, tiene algo poderoso entre sus letras, será la “oui” que tanto llama la atención.
   Louis salió de la habitación y se encontró frente a Camel con los ojos cerrados durmiendo en el sillón mientras la tele estaba prendida pasando un programa de Discovery. Pasando al cuarto del padre encontró aquel bar, y entre todos los whiskey que había eligió una botella Glenlivet sin abrir. En el camino de regresar a la habitación apagó la tele para que Camel pudiera dormir bien.
-          ¡Y aquí está el néctar! – gritó Louis entrando a la habitación.
  Castaña se levanto rápidamente de la cama y los dos metieron dos largos tragos a la botella. Claramente estaban tan borrachos que ni lo caliente del whisky, ni lo duro que estaba les importó. Rápidamente sus labios se juntaron de vuelta y rápidamente estaban de vuelta en la cama haciendo lo suyo aquella noche.
   “Soy un maldito suertudo. Carajo, soy el hombre más sensual del universo, mierda, nunca pensé que podía pasarme esto” eran los pensamientos en la cabeza de Louis, y estaba bien que pase eso, a todos nos pasa, bueno, en realidad no a todos, pero a los suertudos sí.
   Y es que Louis no venía con suerte ese día, esa noche yendo al bar se iba a encontrar nada menos que con la chica que tenía una historia. Debía encontrarse con ella para hablar sobre lo que pasaba y sobre que era tiempo de terminar todo. Pensaran ahora ustedes de por qué carajo lo quiso hacer en un bar con la música y las bebidas alrededor ¿Por qué no en un parque o café a la tarde? Y les diré: Por el simple hecho de que todo es más simple en un bar. Antes de verla iba a tomarse un par de tragos, liberar el corazón y la lengua que en una plaza cualquiera, en un café lleno de oficinistas y estudiantes, se iba a trabar, se iba a quedarse callada y nunca más salir para terminar en nada. Claramente el bar es el mejor lugar para terminar algo, y capas, si ella se iba enojada, él podía conocer alguna otra mujer y empezar de vuelta la vida de soltero. Aunque en realidad él estaba soltero, en realidad la relación no era más que un juego pero que empezaba a tener vueltas y sentimientos en las dos partes. Cuando uno cela al otro por estar con otra persona es signo de sentimientos, signo de que importa el otro, de que no quieres verla pasarla bien con alguien más, de que la quieres para ti y nada más que para ti; a él le empezaron a pasar esas cosas. Él, aunque no quería hacerlo, debía cortar todo, porque simplemente no sabía que deseaba ella y pensaba que, seguramente, ella no quería nada y solo en lo que quedaron antes.
   Así que se dirigía al bar, se dirigía pensando lo que iba a decir y llegando al lugar, dos ángeles de la gurda lo interrumpieron pidiéndole fuego, una Castaña de la vida junto a la hermosa y sensible Camel lo salvaron de lo que pudiera ser un inferno.
   Lo que si pensaba Louis, es que realmente el ya se había enganchado con aquella mujer, y que si no encontraba a alguna otra se iba a caer al abismo de intensificar sus sentimientos, por eso Castaña y Camel, fueron su salvavidas.


   La noche paso, al igual que el whiskey que acabó completamente. En el cuarto estaban los dos apasionados durmiendo. Castaña roncando en medio de las sabanas y Louis dando vueltas sin poder encontrar el lugar de ensueño. De pronto sus ojos se abren, los de Louis, y con un dolor de cabeza impresionante se levanta de la cama, mira por la ventana y ve que todo tiene otro sabor, ya nada es oscuro y negro como antes, era de día, todo tenia color y el brillo del sol. Se puso la ropa y salió a sala con esperanza de encontrar a Camel, pero no había nadie. Se acercó a la mesa y vio un papel en el que decía “Estoy en la terraza, hay café en la cocina”. Miró rápidamente el reloj del celular y vio que eran las once. Fue a la cocina y se sirvió un café negro y lo calentó en el microondas. Con ganas de ver a Camel subió a la terraza y la vio ahí, a ella, la vio parada viendo la ciudad que recién se despertaba aquel sábado soleado.
-          ¡Buen Día!
-          ¿No vas a desaparecer más no? – le dijo ella y soltó una pequeña risa.
-          Si quieres me voy ahora – le contestó sonriendo y acercándose – puedo tirarme de acá, porque hay algo que no te dije – se acercó al oído y suevamente le dijo – soy superman, pero shh.
   Los dos rieron y empezaron bien la mañana, ya no había alcohol de por medio y solo una resaca que golpeaba cada neurona pidiendo esos cien pesos de contribución. Empezaron a hablar mientras tomaban aquel café, empezaron a contarse la vida y él le conto su situación, y ella le dijo que no se haga problema con Castaña.
-          Y entonces ¿Qué vas hacer?
-          No lo sé – contestó Louis – no es que la amo, no lo hago, pero siento que necesito verla, necesito cuidarla, preguntarle que hace y con quien anda, quiero que ella me pregunte lo mismo y claramente no deseo perderla. Hoy la deje en el bar, tengo llamadas perdidas y mensajes puteandome y siento que la perdí, siento que en este momento la perdí y no puedo hacer nada.
-          Con mi poca experiencia – dijo Camel – creo que estas enamorado. Pareciera que lo estas.
-          No lo sé –dijo y termino su café-  ¿Y vos? ¿Tu enamorado?
-          No tengo – contestó – nunca lo tuve. Y las relaciones de ahora, las relaciones de una noche no van conmigo, no van con mi personalidad.
-          Pareces una buena mina.
-          No lo soy.
   De pronto por atrás se acerca Camel.
-          Buen día aventureros.
-          Buen día – respondieron los dos al mismo tiempo.
   Los tres se pusieron a mirar la ciudad de aquel techo mientras tomaban el café, los tres se reían y parecían pasarla de maravilla. Se dirigieron entonces a una plaza, decidieron pasar la tarde ahí porque realmente el sol parecía tener un buen día y ese sábado ninguno tenía planes.
   Llegaron al lugar, a la plaza de Recoleta, y se sentaron en el glamoroso pasto verde. Sacaron galletitas y sirvieron mate, hablaron sobre sus problemas y vidas. Por primera vez, Louis, escuchaba los problemas de otra mujer que no era la que dejó plantada. Castaña se reía con un hombre y lo besaba después de una noche de locura, lo que realmente era raro. Y por primera vez, Camel, estaba frente a un chico que escuchaba lo que decía. Claro que ese chico estuvo con su amiga la noche anterior, pero como ella dice, hablar no hace mal a nadie, hablar solo hace bien y a ella le hacía bien soltar esas palabras que contenía dentro suyo tanto tiempo, esperando a ese hombre para hablarle. Sabía que ese hombre no era Louis, pero al menos era algo.
-          Saben chicas, siempre tuve el sueño de…
-          ¿De qué? – preguntó Camel.
-          Si, ¿De qué rockero? – agregó Castaña.
-          De ir a Paris.






FIN





Turavínin Antón

viernes, 17 de febrero de 2012

Cuento Abogados, Armas y Dinero de Antón Turavínin



ABOGADOS, ARMAS YDINERO




Georgersson estaba sentado en el sillón de su oficina. Había poca luz, el silencio era total y solamente, cada tanto, se escuchaba el suave golpe del cigarrillo contra el cenicero. Su mirada estaba llena de infelicidad, su boca temblaba mientras repasaba en su mente los últimos hechos que definieron su futuro.
“Estoy en el horno” pensó mientrasterminaba de fumar su décimo cigarrillo desde que entro al lugar. Parecía estardesesperado y la vez resignado de seguir luchando por su vida. Sabía que iba amorir en cualquier momento, que esos bastardos chinos iban a abrir la puerta,pararse frente a él y vaciar todo el maldito cargador en su pecho. Entendía quelos negocios que trato de hacer estaban fuera de su calibre, que la malditavida no valía un carajo, que el dinero es lo que movía cada dedo de su cuerpo.
“Estoy en el horno” pensaba y sus cejastemblaban a la par de aquellos labios, y sosteniendo la manija del sillón, la apretaba, tanto, que las venassobresalían de su piel.
“En cualquier momento” decía en voz bajacerrando los ojos.
No podía aguantar, tenía miedo, por primeravez tenía miedo de lo que podría llegar a suceder. Se levanto de la silla y fueal escritorio. Abrió el primer cajón y dentro de él, abrió con una llave unapequeña caja de madera que tenía el nombre de una empresa de alfajores en sutapa. Saco una pistola, calibre 42., que estaba perfectamente limpia y tratabade brillar en aquella oscura oficina.
“Si solo buscaba lo mejor” se decía mientrasmiraba sin parpadear aquella pistola. Sus dedos estaban en su lugar, el caño cabioperfectamente en su boca, sus ojos se cerraron y cuando estaba decidido, en elmomento en que apareció un abismo en su mente y no pensó en nada de nada,tocaron la puerta. De pronto, en ese mismo instante en que el pequeño golpe sonóen la puerta, su dedo índice, lleno de miedo y reacción, aprieta el gatillo. Georgemira sorprendido el arma y sin entender lo sucedido se toca la cabeza paraluego darse cuenta que la pistola no tenia cargador y no había ninguna bala enla recamara.
Depronto un segundo golpe seco ocupa el silencio de la oficina.
- ¿Quién es? –grito Georgersson.
- Woo, abrírápido.
George corrió a la puerta y abriéndola con lallave dejo pasar al hombre de características orientales. Estaba empapado y su rostromostraba la misma desesperación que la del viejo.
- No mesiguieron, no preguntes –dijo Woo caminando de un lado para el otro mientras sefrotaba el pelo mojado- estamos acabados, nos van a encontrar y nos van amatar.
- No es tandifícil hacerlo, estamos acá, en mi oficina, donde más tiempo páso.
- Es verdad–dijo con un acento marcado –tenemos que irnos.
La cara de George ya no mostraba preocupación, debía, aunque eranlas últimas horas, mostrar dureza ante sus subordinados.
- A cualquierlado, a otra provincia, a otro país. Si, sería lo mejor, otro país, cambiarnosel nombre, todo –decía el chino sin pausas, estaba realmente nervioso.
- No podemoshacer nada, estamos acabados y hay que respetarlo. Si querés, andáte, yo mequedo acá.
A Woo le cambio la cara al escuchar esaspalabras. Sabía que tenía que largarse de allí lo más rápido que podía, sabíaque no había tiempo de hacerle entrar en razón de que todavía había chances devida.
- Bueno –dijoWoo abriendo rápidamente la puerta –espero que te salves.
Antes de irse se volvió de vuelta a George.
- ¿Necesitasalgo último que haga?
George sonrió y su rostro cambiodrásticamente. Le parecía un chiste lo que dijo Woo, no le entraba en la cabezalo que podía hacer aquel chino para salvarle el pellejo. Se rio tanto que alfinal, lo miro con una gran sonrisa y le dijo:
- Cuando estésen el paraíso, envía abogados, armas y dinero; para sacarme de esto.
La cara de preocupación de Woo no cambio alver las risas de George, al revés, tuvo miedo de que en cualquier momento ledispare con el arma que tenía en la mano. En realidad, en los pocos minutos queestuvo allí, no se pregunto porque tenía un arma y no quería averiguarloobteniendo un agujero en su cabeza.
Woo salió sin decir nada y George sonriendopero ahora con preocupación, repitió en voz baja.
- Abogados,armas y dinero.
Se sentó entonces de vuelta en el sillónpero antes se sirvió un vaso de whiskey con soda. Parecía estar más tranquiloen ese momento. La última persona cercana que conocía y que todavía estaba vivase estaba yendo a cualquier lugar. El miedo desapareció de sus ojos, acepto la realidady supo entonces, que había vivido bien la vida. Sabía que a esa edad nolamentaba nada, solamente, le había llegado la hora. Y que lo único que lefalto hacer es tener una familia. Aunque después, se dio cuenta, que todo seríauna peor mierda si, detrás de su espalda, ella estaría esperándolo.
Sus manos dejaron de temblar, su whiskeyacabo rápidamente y los cigarrillos siguieron apagándose en el cenicero.
Pasaron minutos cuando de pronto golpesfuertes se escuchan en la puerta. De vuelta, con la misma intensidad, Georgegrita:
- ¿Quién es?
- Ya sabes G.
- Entoncespasá –dijo, y la puerta se abrió – sentite como en casa.
Tras aquella puerta entro un asiático con dos escoltas vestidos de traje ycon un tamaño impresionante.
- G, G, G. Quemal que terminaste, siento que seas unestúpido por no haber querido aquel contrato.
- ¿Dóndefirmo? – pregunto el viejo bromeando.
El rostro del chino tomo seriedad alescuchar esas palabras, sintió furia dentro de si sabiendo que ese viejo habíamatado a sus hermanos cuando estos le fueron a proponer un trato.
- Ya no tenéschances de vivir mi querido viejo de mierda.
- Siempre tanamable Wang, tendrías que hacer caridad.
- Voy a donar tusórganos.
- Órganos de viejo,me parce bien.
Wang se rio al escuchar aquellas palabras yse sirvió un vaso de whiskey.
- Le puseveneno a eso, cuidado.
George bromeaba pero Wang dejo rápidamente elvaso al escuchar aquello. Sabía que G era capaz de cualquier cosa para solo salvarsu pellejo.
- Tomaste caminos equivocados viejo, no tuvisteque meterte con nosotros. Ya tenías las famosas prostitutas y a los polacos atus pies, pero querías más y más. Fuistepor nosotros, humildes chinos, tratando de organizar todo el negocio de ventas–la voz de Wang tomo un tono irónico –simples vendedores. Pero te cagaste eneso, te creíste dios y te olvidaste que nosotros tenemos otro dios: el que tebalea la cabeza.
Georgersson se rio.
- No puedoprometerte vida a este momento.
- Tendré quereunirme con tus hermanos entonces.
De pronto una golpe seco en la cara lo hacecaer al suelo para dejarlo inconsciente.
Al despertarse George se vio atado y desnudo a una silla, estaba ensangrentadoy le dolía la cabeza como nunca. Depronto sintió unos cortes en sus brazos y luego un grave dolor le sucumbió elcuerpo.
- Nosarreglamos para divertirnos un poco mientras dormías – dijo Wang mientras sesentaba en la silla frente a G.
George no decía ni una palabra, estabasufriendo terriblemente el dolor de los cortes. Eran profundos y largos, hechoscon un bisturí y después quemados.
- Bueno, seréclaro con vos, si querés vivir…
Georgersson se rio a pesar del dolor y sedio cuenta por fin, que el tipo que estaban frente suyo era un estúpido, y alfinal no le sorprendía que fuere el menor de los tres hermanos.
En el medio de la risa siente otro golpe enla cabeza pero esta vez más leve –era el puño del gigante de traje.
- Te decíaviejo, vivirás y Woo vivirá si me decís…
- Donde estáel dinero – interrumpió G.
- Inteligente.
- Estúpido.
Otro golpe en su rostro, ahora la sangre lellenaba la boca y con la cabeza pidió un vaso de whiskey. El gigante le llenoel vaso y se lo tiro en la cara.
- Mono – dijoG escupiendo la sangre.
- Es simple,quiero la dirección, el código y a cambio, obtendrás un par de años mas devida, si es que no los arruinas metiéndote con los rusos.
George levanto la cabeza.
- Al menos noson todos iguales como ustedes, pero no, se emborrachan mucho, no habríaseriedad.
Otro golpe en la cabeza. Los pensamientossobre el dinero ocuparon la cabeza de Georgersson. Sabía que el tipo que estabafrente suyo era un simple aficionado a la mafia, que sus hermanos eran losverdaderos ases en este negocio, pero que, como tontos, se confiaron.
- ¿Y bien? ¿Medecís donde está el dinero o empezamos a cortar?
George cerró los ojos durante un rato ysaboreo la sangre de su boca. Escupió un poco para poder abrirla y respirar,pero al hacerlo, sintió más aun el sabor de la maldita vieja sangre que llenabacada caries de los dientes.
- Estoyesperando G.
- Está bien –dijo George cansado – te voy a decir dónde está el dinero pero quiero laseguridad de que Woo y yo vivamos, y que desde ese momento no nos vas aperseguir. Quiero que vos me garantices eso.
- ¿Y qué quieres que haga exactamente? – pregunto Wang riéndose – ¿Querés que teimprima una garantía de vida?
George sabía que su vida estaba terminada, sabíaque si le decía en verdad el paradero del dinero lo mataban, si les mentía lomataban y si no decía nada, lo iban a torturar y al final, matar.
- Está en unacasa, en Banfield. Una casa chica, dos ventanas y una puerta marrón. Al ladovive una familia de jubilados, en frente un policía. La puerta dos llaves, unallave esta en el cajón, la otra en aquel florero –señalo con la mirada- La casa está cerca de la estación por lo queno tendrás que caminar mucho.
George se cayó un minuto.
- La direcciónquiero viejo, no juegues conmigo.
- La direcciónes San Martin 254. ¿Querés el teléfono también?
Wang se rioy se prendió un cigarrillo.
- No G, nohace falta.
Saco otro y se lo puso en la boca deGeorgersson, se lo prendió y lo dejo fumarlo.
- ¿Ahora qué?¿Me vas a matar?
- Imposible,tengo que saber que es verdad.
Wang hizo una señal a uno de los de traje yeste salió del lugar sacando su celular del bolsillo.
- Te tengo unasorpresa, G.
George no pronuncio ni una palabra. Wang lehizo un gesto con las manos al otro grandulón que rápidamente salió del cuatro.Los dos quedaron en silencio por pocos segundos, hasta que la puerta de laoficina se abrió. Tras ella, de espaldas, entro el grandulón de traje que, con pocadificultad, arrastraba un cuerpo; era el de Woo.
La cara de Georgersson cambio drásticamente yel cigarrillo se le cayó de la boca quemándole un poco la pierna desnuda paradespués caer al piso. Sus manos parecían estar temblando, la soga parecía estarmás dura y las venas, las viejas venas de George, sobresalían de la piel demanera notable.
- Maldito hijode puta.
- ¿Este era tuamigo? Bueno, ya no.
Se rio un poco.
- Decime – ledijo a George mientras se acercaba de vuelta a la barra de tragos- ¿En serio esto tiene veneno?
- Sos un estúpido.
Wang agarro la botella vodka y se sirvió un poco, le puso hielo, espero unpoco y se lo tomo. De pronto el segundo grandulón entra a la oficina.
- Están encamino.
- Bueno –dijo Wangy se sentó de vuelta frente al viejo – Sabes G, vas a morir, pero vas a morirbien, voy a ser bueno y olvidare la tortura.
- Malditochino mentiroso.
Wang se rio y se saco el saco.
- Lo soy.
Se levanto y empezó darle una gran golpizaal viejo hasta que esté, de vuelta, se desmayo.
Pasaron unpar de horas cuando los ojos de Georgersson de vuelta se abrieron, parecíaestar confundido, sin saber si ya estaba muerto o era todo un sueño. Larealidad le golpeo el estomago cuando sintió el repentino dolor en todo suañejo cuerpo. Algunas lagrimas cayeron de sus ojos por el dolor y el vomitoapareció segundos después. Tenía toda la cara inflamada y llena de moretones,no podía mover las manos y sus brazos tenia cortaduras que fueron quemadas paraque no perdiera sangre. Levanto su vista después de vomitar y vio a Wangsentado frente suyo mirándolo con gracia.
- Bien por vosG, nos dijiste la verdad. Ahí fuimos, ahí estaban. Los chicos tardaron varios minutosbuscándolo, me olvide totalmente preguntarte donde lo escondiste, mala mía,pero al final lo encontraron. Me sorprendió que no haya ninguna caja fuerte,ningún código, una simple maleta azul.
- Qué suerte.
- Bien – dijo Wanglevantándose y sacando su pistola con silenciador – llego tu hora viejo,algunas palabras para decir antes de de que te vuele la cabeza.
George miro rápidamente alrededor del cuartoy se dio cuenta de que solo Wang quedaba ahí, de que los dos grandulón sehabían ido.
- Si - dijo y respiro profundamente – Si te tomas elriesgo, envíame abogados, armas y dinero.
Wang se rio y con una gran sonrisa en su rostroguardo la pistola, dio media vuelta y se fue.


FIN


ANTÓN TURAVÍNIN

 

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